La Eneida. Libro IV: Dido y Eneas

Libro IV La Eneida: Dido y Eneas



         "La Eneida" es un pòema épico escrita por Virgilio. (70 a.C), uno de los más grandes
poetas de la literatura latina. En la obra se narra el viaje de Eneas desde Troya hasta las costas de Italia.

         El héroe troyano Eneas era hijo de un hombre y  una diosa. Cuentan que su padre,
Anquises, primo del rey de Troya, se encontraba pastoreando su ganado cuando Afrodita,
diosa del amor, se enamoró perdidamente de él. Afrodita se entregó a Anquises allí mismo,
en el prado, y concibieron un hijo: Eneas. La diosa confió la primera educación del niño  a las ninfas del bosque y al centauro Quirón. Pero prometió a Anquises entregarlo a su cuidado cuando cumpliera los 5 años. Anquises, por su parte, juró no revelar nunca el nombre de la madre de su pequeño. No cumplió, y un rayo vengador lo dejó cojo para siempre.
Eneas sale de Troya con su padre y su hijo

      Durante la Guerra de Troya Eneas se convirtió en el más heroico defensor de su
ciudad,después de Héctor. Al caer Troya en manos de los griegos, Eneas se dispuso  a
morir peleando. Pero su madre Afrodita se apareció ante él y e reveló que su destino era
 otro. Debía, por lo tanto, escapar.Eneas huyó por mar, ayudado por su madre, acompañado por su esposa y su hijo, Ascanio. Por el camino quedaría viudo.



Viaje de Eneas

        Eneas era un príncipe de Dardania que estuvo casado con Creusa, que era hija de Príamo, rey de Troya y hermana de Paris y Hector, con ella tuvo un hijo, Ascanio, con el que junto con su padre, Anquises, huirá de Troya.

       Tras escapar de Troya naufragó junto  a las costas de Cartago., donde es acogido  comohuésped por la reina Dido, ésta organizó una cena para ellos y pidió a Eneas que le contaracómo fue la caída de Troya. Mientras él con tristeza iba narrando la destrucción de la ciudad,su hijo Julo Ascanio jugaba en las rodillas de Dido.

Eneas cuenta Dido la caída de Troya
  

     Pero no era el niño el que jugaba, era el dios Eros, enviado por Venus, madre de Eneas, que había tomado su imagen  e iba a herirla con sus flechas de oro.  La diosa Juno, que 
detestaba a los troyanos y trataba de impedir que éstos llegasen a Italia, había hecho un pacto  con la diosa Venus, para retenerlo junto a la reina.

       Dido se enamora perdidamente de Eneas y en el siguiente párrafo cuenta a su hermana Ana sus sentimientos a los que no quiere sucumbir ya que su anterior marido Siqueo fue  asesinado por su hermano Pigmalión:


Ana, querida hermana, ¡qué ensueños me desvelan y me angustian!
¡Qué huésped tan extraordinario ha entrado en nuestra casa!
¡Qué prestancia la suya! ¡Qué fuerza en su pecho y en sus armas!
Ciertamente creo, y mi confianza no es vana, que es de dioses su raza.
El temor delata al pusilánime. ¡Ay, qué sino
lo zarandeó! ¡Qué combates librados narraba!
Si no estuviera en mi ánimo, fijo e inconmovible,
el propósito de a nadie unirme en vínculo matrimonial,
luego que mi primer amor me engañó, frustrada, con la muerte;
si no me hubiera hastiado del tálamo y la antorcha nupcial,
a  esta sola infidelidad habría podido tal vez sucumbir.
Ana (te lo diré, sí) después del desgraciado destino de mi esposo
Siqueo y de que la trágica muerte de mi hermano manchase mis Penates,
sólo éste ha doblado mis sentidos y ha empujado mi lábil
orazón. Reconozco las huellas de una vieja llama
  Pero Dido se consume de amor por Eneas



Eneas y Dido
  Se consume Dido infeliz y vaga enloquecida
por toda la ciudad como la cierva tras el disparo
que, incauta, el pastor persiguiéndola alcanzó con sus flechas
en los bosques de Creta y le dejó el hierro volador
sin saberlo: aquélla recorre en su huida bosques y quebradas
dicteos; sigue la flecha mortal clavada a su costado.
Ahora lleva consigo a Eneas por las murallas
y le muestra las riquezas sidonias y una ciudad dispuesta,
comienza a hablar y se detiene de repente en la conversación.
Ahora, al caer el día, busca de nuevo el banquete,
y con insistencia reclama de nuevo escuchar, enloquecida,
las fatigas de Ilión y de la boca del narrador se cuelga de nuevo.
Después, cuando se van y la luna oscura oculta a su vez
la luz y al caer las estrellas invitan al sueño,
       languidece solitaria en una casa vacía y se acuesta en una cama abandonada. 
En su ausencia lo ve, ausente, y lo oye,
                     o retiene en su pecho a Ascanio abrazando la imagen
                   de su padre, por si engañar puede a un amor inconfesable.

         Viendo Juno, esposa de Jupiter, el amor de Dido decide que se case con Eneas y en una cacería desata una gran tormenta que hace que Dido y Eneas se refugien en una cueva donde se unen  en matrimonio.

Eneas y Dido salen de caza
Eneas, y con él la muy desgraciada Dido,
se disponen a marchar al bosque a cazar en cuanto su orto primero
haya hecho salir el titán de mañana y desvele el orbe con sus rayos.
Yo a ellos les he de enviar desde lo alto un negro nubarrón de granizo,
mientras se apresuran los flancos y rodean el lugar con sus redes,
y agitaré con truenos el cielo entero.
El séquito huirá y les envolverá una noche espesa;
Dido y el jefe troyano en la misma cueva
se encontrarán. Allí estaré yo, y, si es firme hacia mí tu voluntad,
os uniré en estable matrimonio, consagrándola como legítima esposa.
Entonces se cumplirá el himeneo.»

      Pero Mercurio enviado por Jupiter aparece para recordarle a Eneas su destino:



Dios Mercurio/Hermes

Entonces habla así a Mercurio, y así lo ordena:
«Ea, ve, hijo. Convoca a los Céfiros y déjate caer con tus alas
y al caudillo dardanio que en la tiria Cartago
hoy se demora, sin ver las ciudades que le reserva el hado,
háblale y llévale mis palabras por las rápidas auras.
Que no nos lo prometió así su bellísima madre
ni lo salvó para esto dos veces de las armas griegas;
habría de ser por el contrario quien gobernase una Italia
preñada de poder y del estrépito de la guerra, origen de una raza
de la noble sangre de Teucro, y daría sus leyes al orbe entero,
Si la gloria de futuro tan grande no le enciende
ni le hace ponerse a la tarea su propia honra,
¿dejará a Ascanio su padre sin el alcázar romano?
¿Qué trama o con qué esperanza se detiene en un pueblo enemigo,
apartando sus ojos de la prole ausonia y los campos lavinios?
¡Que se haga a la mar! Esto es todo, y éste mi mensaje.»

      Y Mercurio transmite a Eneas el mensaje:

Y enseguida le aborda: «¿Tú te dedicas ahora a plantar los cimientos
de la alta Cartago y complaciente con tu esposa construyes deberes!
una hermosa ciudad? ¡Olvidas, ay, tu reino y tus propios
El propio rey de los dioses desde el Olimpo luminoso
me envía, el que cielo y tierra gobierna con su numen;
él mismo me ordena traerte estas órdenes por las rápidas auras:
¿qué tramas o con qué esperanza gastas tu tiempo en las tierras libias?
Si no consigue moverte la gloria de futuro tan grande,
mira cómo crece Ascanio y respeta las esperanzas de tu heredero
Julo, a quien se deben el reino de Italia y la tierra romana.»

     Eneas debe cumplir su destino pero teme abordar y contar a la reina que debe irse por lo 
que intenta irse sin decirle nada y pide que preparen la flota con discreción:
Encendido está por preparar la huida y dejar tan dulces tierras,
atónito por el poder de tal consejo y orden de los dioses.
¡Ay! ¿Qué hacer? ¿Con qué palabras osará abordar hoy a la reina
enloquecida? ¿Cómo empezar a hablar?
Y divide su ánimo veloz acá y allá
y lo lleva a partes bien distintas y todo discurre.
Entre todas, ésta le pareció la opinión más prudente:
llama a Mnesteo y a Segesto y al fiero Seresto,
que dispongan con discreción la flota y reúnan en la playa a los compañeros,
que preparen las armas, disimulando cuál sea la causa
del cambio de planes; él entretando, puesto que nada sabe
la buena de Dido y no espera que se rompa amor tan grande,
trataría de encontrar la mejor ocasión para hablarle,
el modo mejor para sus intenciones. Rápidamente todos
obedecen alegres sus órdenes y se apresuran a ejecutarlas.
Dido muestra Cartago a Eneas
    Pero la reina se entera de lo que  está ocurriendo, enloquece de dolor e intenta que Eneas no se marche:
Pero la reina (¿hay quien pueda engañar a un enamorado?)
presintió la trampa y adivinó el siguiente paso la primera,
temiendo porque todo andaba bien. La despiadada Fama contó
a la apasionada que se estaba preparando la flota y disponiendo su partida.
Enloquece privada de la razón y recorre encendida toda la ciudad
como una bacante excitada ante el comienzo de sus ritos,
cuando la estimulan al oír a Baco las orgías
trienales y la llama el nocturno Citerón con su clamor.
Increpa por último a Eneas con estas palabras.
«¿Es que creías, pérfido, poder ocultar
tan gran crimen y marcharte en silencio de mi tierra?
¿Ni nuestro amor ni la diestra que un día te entregué
ni Dido que se ha de llevar horrible muerte te retienen?
¿Por qué, si no, preparas tu flota en invierno
y te apresuras a navegar por alta mar entre los Aquilones,
cruel? ¿Es que si no tierras extrañas y hogares
desconocidos buscases y en pie siguiera la antigua Troya,
habrías de ir a Troya en tus naves por un mar tempestuoso?
¿Es de mí de quien huyes? Por estas lágrimas mías y por tu diestra
(que no me he dejado, desgraciada de mí, otro recurso),
por nuestra boda, por el emprendido himeneo,
si algo bueno merecí de tu parte, o algo de la mía
te resultó dulce, ten piedad de una casa que se derrumba,
te lo ruego, y abandona esa idea, si hay aún lugar para las súplicas.
Si al menos hubiera recibido de ti algún retoño
antes de tu huida, si algún pequeño Eneas
me jugase en el patio, que te llevase de algún modo en su rostro,
no me vería entonces de esta manera atrapada y abandonada.»

    Eneas con tristeza le cuenta que debe partir por orden de Júpiter, que debe cumplir destino 
Dijo. Él no apartaba sus ojos de los mandatos
de Júpiter y a duras penas ocultaba el dolor en su corazón.
Responde por fin en pocas palabras: «Yo a ti de cuanto
puedas decir, reina, nunca te negaré
merecedora, ni me avergonzará acordarme de Elisa
mientras de mí mismo tenga memoria, mientras un hálito gobierne mis miembros.
Poco añadiré en mi defensa. Ni yo traté de ocultar mi huida
con una estratagema (no inventes), ni nunca del esposo
te ofrecí las antorchas o me comprometí a pacto tal.
Yo, si mis hados me permitieran guiar mi vida
según mis deseos y buscar mis propias preocupaciones,
habilitaría primero la ciudad de Troya y las dulces
reliquias de los míos, en pie seguirían las altas moradas
de Príamo y por mi mano habría levantado de nuevo Pérgamo para los vencidos.
Pero he aquí que Apolo Grineo a la grande Italia,
a Italia las suertes licias me ordenaron marchar;
ése es mi amor, ésa mi patria. Si a ti, fenicia, las murallas
te retienen de Cartago y la vista de una ciudad libica,
¿por qué, di, te parece mal que los teucros se establezcan
en tierra ausonia? También nosotros podemos buscar reinos lejanos.
A mí la turbia imagen de mi padre Anquises, cada vez que la noche
cubre la tierra con sus húmedas sombras, cada vez que se alzan
los astros de fuego, en sueños me advierte y me asusta;
y mi hijo Ascanio y el daño que hago a su preciosa vida,
a quien dejo sin reino en Hesperia y sin las tierras del hado.
Ahora, además, el mensajero de los dioses mandado por el propio Jove
(lo juro por tu cabeza y la mía) me trajo por las auras veloces
sus mandatos: yo mismo vi al dios bajo una clara luz
entrar en estos muros y bebí su voz con sus propios oídos.
Deja ya de encenderme a mí y a ti con tus quejas;
que no por mi voluntad voy a Italia.»

    Dido le reprocha su deslealtad:
No hay lugar seguro para la lealtad. Arrojado en la costa,
lo recogí indigente y compartí, loca, mi reino con él.
Su flota perdida y a sus compañeros salvé de la muerte
(¡ ay, las furias encendidas me tienen!), y ahora el augur Apolo
y las suertes licias y hasta enviado por el propio Jove
el mensajero de los dioses le trae por las auras las horribles órdenes.
Es, sin duda, éste un trabajo para los dioses, este cuidado inquieta
su calma. Ni te retengo ni he de desmentir tus palabras:
vete, que los vientos te lleven a Italia, busca tu reino por las olas.
Espero confiada, si algo pueden las divinidades piadosas,
que suplicio hallarás entre los peñascos y que repetirás entonces
el nombre de Dido. De lejos te perseguiré con negras llamas
y, cuando la fría muerte prive a estos miembros de la vida,
sombra a tu lado estaré por todas partes. Pagarás tu culpa, malvado.
Lo sabré y esta noticia me llegará hasta los Manes profundos.»

    Eneas a pesar de su tristeza debe cumplir su destino:














                     Con estas palabras da la conversación por terminada y, afligida,
se aparta de las auras y se aleja, y se esconde de todas las miradas,
dejando a quien mucho dudaba de miedo y mucho se disponía
a decir. La recogen sus sirvientes y su cuerpo sin sentido
levantan del lecho marmóreo y lo colocan en su cama.
Y el piadoso Eneas, aunque quiere con palabras de consuelo
mitigar su dolor y disipar sus cuitas,
entre grandes suspiros quebrado su ánimo por un amor tan grande,
cumple sin embargo con los mandatos de los dioses y revisa la flota.

   La reina ve desde el palacio partir la flota: 

La reina cuando desde su atalaya vio blanquear la luz
primera y a la flota avanzar con las velas en línea,
y notó playas y puertos vacíos y sin remeros,
golpeando tres y cuatro veces con la mano su hermoso pecho
y mesándose el rubio cabello: 

     Finalmente, los temores se cumplieron y la reina se vió abandonada. Rota de dolor, reuniólas pertenencias de Eneas en uno de los patios del palacio y amontonándolas hizo una hoguera con ellas. Después, empuñando la espada del héroe, decidió poner fin a su
sufrimiento; herida de muerte corrió hacia la pira , pero, ya sin fuerzas, tuvo que recostarse  en el diván donde pronunció sus últimas palabras:

" Moriré sin venganza, pero hé de morir... así, así quiero bajar a las sombras,
y que desde el alta mar este fuego devore con sus ojos el troyano cruel…”

El sucidio de Dido

Dicho esto había subido los altos escalones,
y daba calor a su hermana medio muerta con el abrazo de su pecho
entre lamento y con su vestido secaba la negra sangre.
Cayó aquélla tratando de alzar sus pesados ojos
de nuevo; gimió la herida en lo más hondo de su pecho.
Tres veces apoyada en el codo intentó levantarse,
tres veces desfalleció en el lecho y buscó con la mirada perdida
la luz en lo alto del cielo y gimió profundamente al encontrarla.
Esta tragedia le sirvió como argumento al compositor barroco Henry Purcell para su ópera
titulada, precisamente, Dido y Eneas (1689). Una de sus arias más hermosas es el "Lamentode Dido"El momento en que Dido se despide de la vida, dirigiéndose a su doncella y pidiéndole ser recordad es una de las páginas más hermosas de la historia de la música.



                                         "Lamento de Dido"  de la ópera "Dido y Eneas" Henry Purcell






                                          Versión de Alison Moyet del "Lamento de Dido"
 


   Después de innumerables aventuras Eneas llegará al Lacio donde se casará con Lavinia, hija del rey Latino. Este rey había sido aconsejado por un oráculo divino que le indicó que   debía entregar su hija aun extranjero y Latino cumplió su designio entregando su hija a Eneas.
    Sin embargo Lavinia estaba prometida a Turno, rey de los rútulos, quién sintiéndose ofendido  desafió a Eneas y en la lucha éste mató a Turno. Eneas fundó una nueva ciudad denominada Lavinium.
    A la muerte de Eneas le sucedió su hijo Ascanio, quién fundó la ciudad de Alba Longa.










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